NO LEAS NINGUNA ENTRADA

lunes, 21 de junio de 2010

Mi opio, mi China, mi dinastía.



Cargaba sobre sus hombros unos sesenta años. Realmente se le pondrían echar más pero la tristeza de sus ojos hacia ver que el tiempo le había jugado una mala pasada. En las arrugas de su rostro se podía leer toda la historia de su familia, sus ancestros, su descendencia, hasta su clara conexión con alguna dinastía china; se podían leer los más fantasiosos e increíbles mitos chinos, se podían leer las crónicas de mil guerras, se podían leer las más extrañas recetas milenarias, se podía leer su vida entera.


Su ropa holgada y un poco gastada contrastaba fuertemente con los imperiales colores de toda la calle Capón: el predominante rojo de los pisos, que le hacía recordar el año nuevo chino, cuando su madre y su padre prendían cientos de cohetes para, con el ruido, espantar a los malos espíritus. También estaba muy presente el dorado en algunas paredes y columnas de los chifas. Esos mismos chifas donde celebró sus cumpleaños y donde pagó para su propio banquete de bodas, esos chifas que lo remontaban a aquellas tardes familiares donde su padre los llevaba a comer, aquellos chifas donde alguna vez trabajó de ayudante de cocina para ganarse algunas monedas, aquellos chifas donde aún se reúne con algunos amigos de su niñez.


Llevando una bolsa de color blanco y otra de color amarillo como sus dientes, teñidos por el tabaco, iba a paso lento dirigiéndose a una concurrida, amontonada y algo desordenada, pero finalmente acogedora esquina de la calle Capón, el negocio de su amigo Lucho. Ahora el comer un min pao le era satisfactorio, ya nadie los hacía como a él le gustaban, ese era el verdadero sabor, ese era el verdadero aroma; un aroma que de seguro sus abuelos cuando llegaron como coolíes aún podían oler en sus entrañas, un aroma que su madre respiraba en la cocina cada vez que hacía una de esas exquisiteces, un aroma que le hacía brotar algunas lágrimas de melancolía.


Sacando una cajetilla roja de cigarros de su bolsillo derecho, se dispuso a encender uno. Se podría decir que fumaba como chino en quiebra, pero ahora su rostro no era de preocupación, era de disfrute, disfrutaba fumar su cigarro como si fuera el último, disfrutaba su cigarro como si no hubiera fumado desde hace mucho, disfrutaba su cigarro como si en su casa le estuviera prohibido fumar, disfrutaba su cigarro como cuando tenía quince años y tenía que esconderse de su madre para que no lo descubriera cuando fumaba. A paso lento iba caminando hacia Jr. Paruro, hacia su casa, siguiendo su rumbo, aún desprendiendo olor a tabaco, aún desprendiendo humo de cigarro de cajetilla roja.


No se cruzó con nadie, o él no vio a nadie, que es lo más probable. Es más que seguro que conocía a más de tres personas en esa calle con las que hubiera podido entablar una amenizada conversación, pero no, hoy no quería hablar con nadie, hoy era un día para él, hoy era un día para fumar cigarrillos de cajetilla roja, hoy era un día para comer min pao.

Mirando el suelo siguió el rumbo a su casa, siguió el rumbo hacía Jr. Paruro, a paso lento pero seguro, buscando algún recuerdo dentro de sí y buscando algún recuerdo impregnado en el piso de la calle Capón, el bautizo de su último nieto, o el aniversario de bodas de su hija, o el fallecimiento de su amada esposa. No había nada más que hacer en ese lugar, solo quería volar hacia otro continente y establecerse en el país que vio nacer a sus ancestros